Natalio Hernández

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Erradiquemos el racismo a través del arte*

Por Natalio Hernández

Introducción

Racismo, arte y cultura, constituyen una paradoja. Racismo, es una actitud que no queremos, que despreciamos y condenamos. En cambio, el arte es una virtud que nos acerca, que nos hermana, al igual que la cultura: ambos fluyen en nosotros a través de la comida, la música, la poesía, la pintura, la literatura; en fin, nos enriquecen como personas y nos identifican como pueblo.

México tiene una gran diversidad cultural: muchas lenguas y culturas enriquecen a nuestra nación. En contraparte, el racismo nos confronta y nos divide. Como xochitlahcuiloani, es decir, como escritor y poeta en lengua náhuatl, siento que el racismo es muy sutil, es como una nube, que a veces sentimos, a veces no, pero está en nosotros: una palabra puede herir, lastimar, degradar al otro. Entonces, yo creo que hemos llegado a un punto, sobre todo, en el momento actual, en el que México está viviendo una confrontación y una transformación social muy fuerte, por eso tenemos que actuar desde el arte, desde la poesía, para dialogar y reconciliarnos.

En mi caso, puedo decir que borré mis fronteras culturales a partir del 2000. Antes de eso, en 1980, escribí un ensayo llamado “Maticasicamatica masehual tlamachtilistli / Hacia el reencuentro con nuestra educación india”. En ese ensayo, yo decía que México está constituido por indios, mestizos y blancos, tres categorías sociales irreconciliables, y que a veces el mestizo es todavía más agresivo, porque vive en una frontera cultural, como decía mi maestro Miguel León-Portilla, en un “nepantlismo”: ni es de allá ni es de acá, discrimina al indígena y tampoco se reconoce en su raíz cultural europea. En general, los mestizos viven un “nepantlismo”, es decir, un híbrido social.

A partir de 1980, empecé a relacionarme con escritores, con académicos, caminé con mi maestro León-Portilla de 1980 a 1990, en los encuentros de hablantes de la lengua náhuatl en Milpa Alta, donde venían hermanos de diferentes lugares para compartir su palabra, su pensamiento y su poesía. En ese tiempo, conocí en el CELE (Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras) de la UNAM a un hombre blanco y barbado, el profesor de lenguas Harold Omnsbry, con quien sentí una gran empatía y años  mas tarde nos hermanos. Él había recorrido la mixteca y la región mixe de Oaxaca. Así, empecé a darme cuenta que el racismo, a veces, es más fuerte entre los mexicanos mestizos que con gente que viene de otros pueblos, de otras culturas, de otras lenguas, de otros países. De manera que para el 2000, empecé a entender que la palabra, el arte, la cultura, nos pueden hermanar, no importa de qué color seas, no importa qué lengua hables y de qué pueblo o país vengas, al fin y al cabo, somos seres humanos.

Mi camino hacia las bondades del arte

Mi maestro Miguel León-Portilla me ayudó a comprender mejor esta realidad multilingüe y pluricultural de nuestro país. Yo ya conocía a don Miguel a través de sus obras en la década de los años setenta. Había leído Trece poetas del mundo azteca y después, Quince poetas del mundo náhuatl. Lo conocí en persona en la década de los ochenta, como ya dije, en Milpa Alta, y me pareció un hombre sencillo y universal. Después, entendí que era un humanista, hablaba las lenguas clásicas europeas como el griego, el latín y el hebreo porque fue seminarista. Cuando habló con su maestro, Ángel María Garibay, descubrió el mundo náhuatl, se enamoró de ese mundo. Puedo decir ahora que se volvió un humanista desde el pensamiento náhuatl.

Junto con Miguel León-Portilla, también conocí a Carlos Montemayor, en 1980, en una mesa redonda que organizó la Escuela para Extranjeros de la UNAM, donde vienen estudiantes de otros países a aprender el español y a conocer la cultura mexicana. Al principio éramos como el agua y el aceite porque él iba vestido como un caballero inglés: de corbata, impecablemente vestido, con ese pañuelito que le ponen al saco como si fuera una flor, y yo, en cambio, iba con pantalón de mezclilla, camisa de manta, de huaraches y un paliacate amarrado en el cuello como lo hacemos en la huasteca. A partir de ese momento nos hicimos hermanos sin conocernos, y empezamos a caminar juntos.

Montemayor, fue un helenista y latinista, tradujo a los poetas clásicos griegos y latinos. Por él conocí a Safo, Píndaro y otros poetas más. Entonces, los dos fuimos combatientes del racismo, porque los maestros rurales se formaron en la corriente del pensamiento del siglo pasado, cuando llevaban la consigna de acabar con las lenguas indígenas desde la escuela, prohibiéndoles a los niños que hablaran el idioma de su pueblo, de su comunidad. Empezamos a dar cursos, conferencias y seminarios a los maestros bilingües y, en general, a los maestros federales y estatales. Les explicamos, muchas veces, que el náhuatl no es dialecto, el zapoteco no es diálecto, el mazahua no es dialecto, en fin, que todas las lenguas de México no son dialectos, sino idiomas o lenguas que tienen dialectos, que tienen variantes dialectales, y todos los idiomas del mundo tienen dialectos: el español, el inglés, el alemán, el chino, todos tienen dialectos.

Para 1990 organizamos el Primer Encuentro Nacional de Escritores en Lenguas Indígenas, en Ciudad Victoria, Tamaulipas, junto con Víctor de la Cruz, que ya falleció, y que fue un combatiente a través de la palabra; fue el primero en recibir el premio Nezahualcóyotl de literatura en lenguas indígenas, fue también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, realizó el doctorado en filosofía y letras por la UNAM, a través del libro El pensamiento de los binnigula’sa’: cosmovisión, religión y calendario con especial referencia a los binnizá (sabios zapotecos).

Don Miguel León-Portilla y Carlos Montemayor fueron mis compañeros, mis amigos, colegas, y finalmente, mis hermanos. La poesía nos hermanó porque la cultura tiene esa virtud. Y entonces, para mí, todos somos hermanos, no importa el color, no importa de qué país vengas, somos seres humanos con lenguas y culturas diferentes, con colores diferentes, y eso me lo hizo saber, me lo hizo sentir, me transmitió ese pensamiento pilnana, mi madre: ella se llamaba Gonzala Hernández de la Cruz y falleció hace como cinco años. Cuando rezaba en el altar decía: “Tonantzin tlaltipactli, xitech mocuitlahui, xiquin manahui noconehua, pampa nohquia moconehua, nochi tlen tichanti ipan Anahuac ihuan Semanahuac tiicnimeh”. Ella no hablaba español, sabía un español muy elemental, y decía en sus rezos:  “Madre Tierra, cuídanos, protege a mis hijos, porque son tus hijos, todos en la tierra somos hermanos, todos los que habitamos el Anáhuac (Mesoamérica) y el Semanáhuac (el mundo) somos hermanos”.  

Reitero, todos los hombres somos hermanos, no importa el color, no importa la lengua, somos hermanos, porque respiramos el mismo aire, nos alumbra el mismo sol, nos sustenta la misma tierra, porque de ella provienen nuestros alimentos. He retomado ese pensamiento y hace poco, en una charla, dije que mi primera maestra de poesía fue mi madre Gonzala y mi padre, Manuel Hernández, mi primer maestro de narrativa, porque casi todos los consejos que nos daba eran a partir de los relatos antiguos que dejaron nuestros abuelos.

El ejercicio de los derechos lingüísticos

Ha sido muy largo el camino que hemos recorrido para lograr el reconocimiento de nuestras lenguas; yo fui uno de los dirigentes del movimiento indígena de la década de los setenta. En 1973 creamos Nechikolistli tlen Nauatlajtoua Maseual Tlamachtianej / Organización de Profesionistas Indígenas Nahuas, y fui el primer presidente de esta Asociación Civil. Teníamos como objetivo leer y escribir en nuestra propia lengua, porque la escuela de ese tiempo excluía, marginaba y discriminaba el uso de nuestras lenguas. Esta discriminación se ha ido amainando, se ha ido superando, de alguna manera. Desde el año 2003 tenemos la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas.

Por otra parte, a nivel personal, puedo decir que dentro de mí se peleaba el español con el náhuatl: yo rechazaba el español porque sentía que era un idioma impuesto. Y a partir del momento en que asumí las dos lenguas como propias, me reconcilié conmigo mismo y publiqué mi libro de poemas Papalocuicatl / Canto a las mariposas, en 1996. En la introducción de Papalocuicatl menciono que es un libro mestizo, porque yo ya era mestizo culturalmente, el conflicto dentro de mí ya no era lacerante, ni hiriente, pues gozaba el español y también el náhuatl, mi lengua materna; al fin, había asumido la diversidad como riqueza. Y sobre todo, debo decirlo, participé en la discusión de la declaración de la UNESCO sobre la diversidad cultural que se emitió en 2001, donde se reconoce que la diversidad de lenguas y culturas enriquece al mundo y que cada lengua es como una ventana para mirar otros mundos.

Puedo afirmar ahora que ya no estoy en la resistencia lingüística; fue un proceso largo, nos costó cuarenta o cincuenta años de lucha. Mi poema “Yo soy indio” es como decir “yo soy negro”, tal como dijeron los hermanos negros de Estados Unidos con Martin Luther King, que dijo “yo tengo un sueño” en la década de los años  cincuenta. Y ese sueño se cumplió en Estados Unidos, cuando tuvieron un presidente negro (2009 a 2017). Nosotros, en 1973, cuando creamos Nechikolistli tlen Nauatlajtoua Maseual Tlamachtianej tuvimos tres sueños. El primero, escribir nuestra lengua. Nunca imaginamos que íbamos a escribir literatura, éramos analfabetos en náhuatl, nuestra lengua materna. El segundo sueño consistía en  conocer la gramática, porque en la escuela se enseña la gramática del español, pero no la gramática náhuatl, no la gramática tseltal, tzotzil, maya o zapoteca. Y el tercer sueño se refería a tener una ideología propia de los indígenas, pensada y escrita por los propios indígenas, en donde planteamos que somos iguales que todos los demás; por tanto, tenemos derecho a la diferencia lingüística y cultural.  

Hoy estoy viviendo ese momento, ese sueño, por eso he dicho en varias oportunidades, en varias reuniones, coloquios, simposios, que hay que pasar de la resistencia a la creatividad: el arte, la literatura, la música, el canto, el teatro y la poesía. Afortunadamente, muchos jóvenes están recorriendo el mundo con su arte. Por ejemplo, mi poema “Icnocuicatl / Canto de orfandad”, lo está cantando Lila Downs desde 1998. Por eso, pienso que no podemos seguir resistiendo, solamente el arte puede abrir la mente y el corazón de los hermanos mestizos para que se enamoren de nuestro arte, de nuestra poesía, de nuestra música, de nuestra palabra.

De la resistencia a la creatividad

La creatividad nos lleva a las propuestas, tenemos que trabajar en las propuestas. Por ejemplo, uno de los éxitos que ha tenido Miguel Sabido son las recreaciones  del teatro náhuatl de la colonia para la evangelización, yo asistí a estas representaciones en el Foro que tenía junto a la Alameda de la Ciudad de México. También menciono la experiencia de la organización Sna’ jtz’ibajom de Chiapas, en la década de los ochentas, donde usaron el teatro comunitario para alfabetizar en lengua tzotzil y tseltal con mucho éxito. Menciono también a la organización Fortaleza de la Mujer Maya (FOMA) en la que la dramaturga y actriz Petrona de la Cruz, realiza diálogos con Ofelia Medina en diversas obras de teatro, como resultado de una larga experiencia de realizar teatro en las comunidades indígenas de Chiapas.  

Por otra parte, Mardonio Carballo, hace veinte años, me invitó a verlo en un monólogo titulado “Desde el aire”, en el Museo de Culturas Populares de Coyoacán. Lo fui a ver y me maravilló su obra, pues actuaba en náhuatl y español. De esta manera, pude darme cuenta que el “teatrero” comunica emociones, sentimientos, voces. También quiero mencionar una publicación reciente de El Colegio Nacional, Teatro náhuatl. Prehispánico, colonial y moderno, de Miguel León-Portilla, que aborda las obras de teatro contemporáneo en náhuatl de Ildefonso Maya, de Huejutla, Hidalgo. Ildefonso Maya fue mi maestro, mi amigo, y mi hermano. Era impresionante la obra de Ildefonso, hacía teatro en los pueblos, y toda la comunidad actuaba y hablaba náhuatl. Finalmente, en cuanto a teatro se refiere, recomiendo la obra “Ohtli / Camino”, producida por la dramaturga Jennifer Moreno, que narra la vida de un hermano náhuatl de la Huasteca, que llegó muy joven a la Ciudad de México y actualmente es profesor de náhuatl; trabaja con alumnos de posgrado que quieren aprender esta lengua. También menciono que en la Casa de los Escritores en Lenguas indígenas, de 1997 a 2000, hicimos varios recitales de poesía con canciones y relatos, y nos fue muy bien porque la gente escucha propuestas y mensajes culturales. En fin, creo que el arte es un buen puente, y es cuando digo que trabajemos en las propuestas. De aquí en adelante las lenguas se tendrán que cultivar desde el preescolar, según la región, en donde el niño hable, cante en su idioma, y también, hable y cante en español y en inglés. Si no hacemos eso podemos pasarnos otros veinte años diciendo que las lenguas son importantes, que no mueran, pero nadie las conoce, nadie las cultiva para que florezcan.

Termino con un canto que me ha acompañado por muchos años, con el canto de un anciano que conocí hace veninticinco años en Hueyapan, Morelos, en donde realizamos una reunión para diseñar acciones en defensa de la lengua náhuatl para que no se extinguiera. Paradójicamente, todos los participantes hablaron solo en español. Al final, el anciano al que me he referido, solicitó la palabra y nos compartió el siguiente poema:

Ipan in Altepetl

timoquetztica

axcan cahuitl ximopalehuili

nochi in Anahuac

ihuan Semanahuac;

ihuan quen quix talticpac chaneque

ihuan nochi tlen quitlasohtla

in toyesmecayo.

in toxicnelhuayo.

 

Al terminar de compartir su poema se fue a sentar alejado del grupo. Yo me acerqué a él y le dije: “Señor, quiero grabar sus palabras, su poema”. Después, Alfredo Ramírez, doctor en lingüística, originario de Xalitla, Guerrero, me ayudó a traducirlo. El canto dice:

En esta ciudad te yergues,

te levantas,

bríndale tu ayuda al Anáhuac, al Semanahuac,

al Universo; a los seres que habitan la tierra,

y a todos aquellos que aman nuestra herencia,

nuestro linaje,

nuestra raíz antigua.

* Texto alusivo al evento “Racismo , arte y cultura. Una conversación urgente”, en el Conversatorio “Teatro y poesía indígena”, realizado el 22 de abril de 2022 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).


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“LOS PUEBLOS INDÍGENAS A 50 AÑOS DE BARBADOS”

Por Natalio Hernández

A la memoria de Guillermo Bonfil Batalla, autor de
México profundo: una civilización negada.

Un poco de historia

La reunión de Barbados I se realizó en 1971 en una isla del Mar Caribe poblada por hermanos negros traídos de África, debido a que la población nativa fue exterminada por el imperio español que inició la colonización en América en 1492.

Fue una reunión de antropólogos que detonó el movimiento indígena en América Latina. Por ello, Barbados I, podemos afirmarlo, marcó el inicio de un proceso en el que un grupo de antropólogos cuestionó, académica e ideológicamente, el carácter homogéneo y hegemónico de los Estados nacionales, el papel mediatizador de la iglesia y la educación integracionista.

Destacados estudiosos de la antropología, entre ellos, Guillermo Bonfil Batalla de México, Darcy Ribeiro de Brasil, Miguel Bartolomé de Argentina, Stefano Varese de Perú, Esteban Mosonyi de Venezuela, entre otros, criticaron el papel de la antropología ligada al indigenismo de los Estados Nacionales y pusieron en tela de duda la política indigenista que se inició en 1940 con la celebración del Primer Congreso Indigenista Interamericano.

Por ello, el texto de Barbados I constituye, hoy día, un referente fundamental para comprender, con mayor claridad, el movimiento mundial de los pueblos indígenas, quienes levantan sus voces en el contexto de la globalización y la era de las tecnologías de la información y demandan su participación en la reconfiguración de los estados modernos del siglo XXI. 

 La importancia de Barbados II

Seis años después de la primera reunión de Barbados, en 1977, se realizó una segunda reunión en el mismo lugar y, prácticamente, según entiendo, con el mismo grupo de antropólogos de Barbados I. En esta ocasión la reunión fue enriquecida con la participación de líderes y pensadores indígenas de América Latina.

Por México, participamos: Cirila Sánchez, chatina; Víctor de la Cruz, zapoteco del Istmo; ambos de Oaxaca, ya fallecidos, y Natalio Hernández, náhuatl de Veracruz. De Sudamérica recuerdo con admiración a Ramiro Reynaga, aymara de Perú y Arcadio Montiel de la guajira de Venezuela, por su combatividad y radicalismo.

De la Segunda Reunión de Barbados surgió un documento que suscribimos los líderes indígenas. De esta manera, de las Declaraciones de las Reuniones de Barbados se pueden hacer dos lecturas: la de los antropólogos con un enfoque muy académico, y la de los líderes indígenas con un estilo que deja entrever el pensamiento indígena emergente que empezaba a gestarse en la década de los años setenta.

 La trascendencia de Barbados 50 años después

Las repercusiones en México de la reunión de Barbados I y II empezaron a reflejarse en las demandas de participación de los pueblos indígenas en las estructuras institucionales y en el diseño de los planes, programas y proyectos de desarrollo que inciden en los pueblos indígenas. Particularmente, pueden observarse en las luchas de las organizaciones indígenas que demandaron una educación bilingüe bicultural para revertir el proyecto de castellanización compulsiva que instrumentó la Secretaría de Educación Pública de México (SEP) en la década de los años setenta.

Haciendo una lectura más amplia del proceso de concientización y movilización ideológica y política derivado de las reuniones de Barbados, puede decirse que propició el Movimiento Continental 500 años de Resistencia Indígena Negra y Popular de 1992, que tuvo como consecuencia las reformas constitucionales que se llevaron a cabo en varios países de América Latina para reconocer el carácter pluricultural y multilingüe de los Estados Nacionales.

En México, dos años después de este movimiento continental, surgió el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN, en Chiapas, con su lema “Nunca más un México sin nosotros”, cuyas demandas de autonomía y libre determinación cimbraron las estructuras políticas, económicas, académicas e ideológicas del Estado Mexicano.

En síntesis, podemos afirmar que los pueblos indígenas de América en general, junto con las demandas de los pueblos nativos de otros países del mundo, influyeron en la Declaración de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural de 2001, para reconocer que la diversidad constituye una riqueza de la humanidad y, en 2008, la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas.

Finalmente, la pandemia que hoy padece la humanidad, originada por el COVID-19, ha venido a acentuar la crisis integracionista y asimilacionista de las políticas indigenistas de los Estados nacionales de América Latina y de otras partes del mundo, para proponer el diálogo de los saberes ancestrales y las epistemologías de los pueblos indígenas, con el objeto de promover nuevas formas de convivencia y de desarrollo que enriquezcan los proyectos civilizatorios del siglo XXI.

Por ello, considero que en este nuevo escenario mundial, los pueblos indígenas están llamados a aportar lo mejor de su pensamiento y conocimientos ancestrales para superar el etnocentrismo del pensamiento europeo y enriquecer los proyectos educativos y de desarrollo para la instrumentación de políticas públicas que hagan realidad el reconocimiento de las sociedades pluriculturales y multilingües de las sociedades modernas del siglo XXI.

Gran parte de estas ideas que he resumido en este texto, se encuentran desarrolladas en la entrevista que me realizaron Aída Hernández Castillo y Patricia Torres Sandoval titulada “Diálogos intergeneracionales sobre Barbados I y II”, que se incluye en el libro Por la conquista de la autodeterminación, publicado en 2021 por el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas.

 Qué sigue después de Barbados.

Desde mi perspectiva, he nombrado “Timocuepan tochan / El regreso a casa” esto es, a la raíz, a la memoria y a la identidad para recuperar los saberes ancestrales de nuestros pueblos desde lógicas propias, por medio de un renacimiento cultural y artístico, es decir, necesitamos trascender de la resistencia a la creatividad para que los niños y jóvenes conozcan nuestras lenguas y culturas; nuestros valores y visión del mundo, nuestras historias particulares ligadas a los mitos fundacionales. En este sentido, las voces oprimidas por siglos tienen que empezar a dialogar con las sociedades nacionales hispanohablantes que, en el caso de México, contribuyan a perfilar la nación incluyente de las diversas lenguas y culturas.

Lo anterior plantea el desafío para la reformulación da la currícula del sistema educativo nacional y la elaboración de planes y programas de estudio basados en la diversidad cultural y lingüística con un enfoque intercultural y transdisciplinario, que conlleve al diálogo de saberes entre el pensamiento occidental y el mesoamericano en que se fundamentan nuestras lenguas y culturas. En este contexto, las tecnologías de la información, las plataformas digitales y las redes sociales juegan un papel fundamental para el empoderamiento de nuestros pueblos, para garantizar el acceso a la información y el desarrollo de proyectos sustentables desde la identidad propia.

Texto leído en el panel “A 50 años de Barbados”, en el marco del conversatorio “De ‘raza’ y etnicidad: Continuidad y nuevos retos de cara al Covid-19”, llevado a cabo el 10 de septiembre de 2021, organizado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), la Universidad de Stanford y Etnicidad, Raza y Pueblos Indígenas (ERIP) de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA). Video del evento: